Hola,
Hoy viernes quisiera compartir contigo una reflexión sobre la ansiedad…
La ansiedad aprieta, pero no ahoga.
Simulando al refranero español, me gustaría empezar con una frase para que nunca olvides que los síntomas de la ansiedad por muy molestos que sean no va a acabar con tu vida.
Sé que muchas personas no me creerán, pero es así. Tu cuerpo es muy listo y solo va a asegurarse de una cosa: que permanezcas vivo/a.
Si llevas arrastrando problemas por trastorno de ansiedad seguro que crees que es algo que te va a acompañar siempre; que es parte de ti como esa cicatriz que te hiciste jugando en la niñez.
Pero no lo es.
Como psicóloga, pero sobre todo como una persona con poca tolerancia al sufrimiento, me niego a pensar que nada es para siempre, si la persona no lo quiere.
– Otra cosa es que no sepas que lo que tienes es ansiedad.
– Otra cosa es que, sabiendo que es ansiedad, no sepas cómo gestionarla cuando aparece.
– Otra cosa es, sabiendo que es ansiedad, no quieras hacer nada.
Todas esas razones son lo que te ha traído hasta el día de hoy con esa compañera de viaje.
En los primeros dos casos, se trata más de conocer herramientas para detectar y manejar los episodios puntuales cuando llegan a nuestra vida.
Para mí, es como si una persona se quiere poner a los mandos de un avión sin formación y le viene una tormenta. Como no tiene ni idea, va en piloto automático porque no sabe qué hacer. El avión se mueve muchísimo y siente que va a morir. ¿Es real que va a morir? No, pero lo vive así. ¿Cómo puede hacer que la experiencia sea más agradable? Formándose para ser piloto. El tema es que tiene miedo de apagar el piloto automático. ¿Cambiará la experiencia? Ligeramente. Ahora sabe que igual no es peligroso solo no le gusta. Solo cuando se atreve a apagar el piloto automático y poco a poco va ganando experiencia es cuando se puede parar a disfrutar de las vistas, aunque el avión se siga moviendo porque ya no está dominado por el miedo, sino que confía en su capacidad para manejar en entornos que no son apacibles.
Fuente: Freepik
En el tercero de los casos para mí es el más duro, sobre todo, si lo vives como testigo y no como protagonista. En una ocasión alguien al que quise me decía que prefería tomarse ibuprofeno que intentar aprender a gestionar esa ansiedad que le hacía sufrir tanto. Y tú dirás, ¿ibuprofeno? Ya, la cara de Ángel y mía era un poema, pero sí, en esto de la ansiedad hay excusas para todo.
Quería ponerte un ejemplo de una enfermedad física, cuyos síntomas fueran muy desagradables, pero que fuera curable si la persona aprendiese a manejarla. Llevo horas y no se me ocurre ninguna, la verdad.
Desgraciadamente todas las que me vienen a la cabeza no cumplen con lo que quisiera explicarte: cáncer, Parkinson, fibromialgia, epilepsia,..
La ansiedad, como trastorno que es, es algo que puede desaparecer pero, si lo piensas bien, nos esforzamos mucho más en modificar conductas y hábitos de vida (alimentación, dejamos hábitos tóxicos, meditamos…) con este otro tipo de enfermedades aunque su curación o mejoría no dependa 100% de ello.
Esto siempre me ha sorprendido.
¿Por qué será?
Personalmente creo que cuando se trata de una enfermedad grave nuestra actitud cambia.
Estás dispuesto/a a hacer lo que haga falta.
No cuidarte no es una opción.
La vida en ese momento empieza a valer muchísimo.
Qué pena entonces que el trastorno de ansiedad no tenga riesgo de muerte.
A veces, ese aspecto es lo que hace que sigamos sufriéndola como el que sufre una relación tóxica. Cuesta decir BASTA y regalarnos una vida muchísimo más feliz.
Como decía Buda “el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”.
Nunca olvides que, en el trastorno de ansiedad, la llave para abrir y cerrar esa puerta la tienes tú.
Un abrazo,
Rebeca